El caso de los insultos de Sebastián Vettel, y la poca reacción de la FIA, destacó la diferencia entre el lenguaje que forma parte de las reacciones emocionales de cualquier deportista en el calor de un encuentro y un insulto directo dirigido a un oficial. Hay una división distinguida entre los dos, y Vettel saltó esa línea de lleno el domingo.
Estaba entendiblemente indignado por lo que resultó ser un fallo en las comunicaciones sobre si Max Verstappen debería usar la Ferrari o no después del incidente ocasionado al querer sobrepasar a otro piloto. Que lo respalde el otro corredor de Red Bull fue la gota que rebalsó el vaso.
La diatriba de Vettel también fue un descargo público de la frustración acumulada por toda la temporada gracias al fallo abismal de Ferrari de conseguirle al alemán un auto digno del podio, sin tener en cuenta la victoria que todos esperaban luego de la primera carrera en Australia.
Pero nada de eso sirve como excusa para insultar abiertamente a un oficial y para hacerlo aún peor gracias a su irrespetuosa elección de palabras. Igual de inaceptable es la defensa de que era una conversación privada que FOM decidió retransmitir injustamente.
Vettel no está solo en sus quejas por saber que el Director de carreras está escuchando. Bajo la luz de unas carreras bastante tediosas hoy en día, necesitamos estos coloridos intercambios, incluso si el objetivo de muchas quejas es simplemente marcar la tarjeta de Charlie Whiting.
Vettel sabía exactamente lo que estaba haciendo, y debería considerarse afortunado de que Max Mosley ya no sea presidente de la FIA, ya que hubiera sido menos probable que Mosley tome la moderada respuesta de su sucesor. Sin embargo, Vettel fue explícito y público con su falta de respeto.
Vettel no se sobrepasó tanto con su injuria. Pero estuvo cerca. Puede considerarse afortunado, y es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de eso.